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EL CAMINO QUE SE ACABA

“Sería posible que este mundo nos diera alegría si no estuviéramos refugiados en él” (Frank Kafka)

CAMINO_QUE SE_ACABA

Mi casa yace deshecha entre los escombros. Entre el polvo blanco de su sangre se deshacen los recuerdos, el esfuerzo, los sueños de toda una vida, pero, sobre todo, yace junto a mi casa en el suelo, la seguridad reptiliana de mi cuerpo. La seguridad de saberme alguien con un lugar y espacio definido en el mundo.

Todo está ahora ahí tumbado cubierto de sangre seca de ladrillo y llanto ahogado. Yo la miro una y otra vez y no sé qué hacer. De repente la desposesión, el desarraigo se me pegan al alma como el polvo blanco de mi casa.

Miro a todos lados y veo el revuelo, la confusión y el miedo acechando en el aire. Veo en los ojos ya muertos, como los míos,  el miedo de las personas con las que me voy cruzando. Se me asemejan como almas que trascurren por una tierra ocupada por la nada. Lo que más me llama la atención es la sensación de mis ojos, de repente miran sin mirar, están como dados la vuelta, mirando hacia dentro. El sabor en mi boca, agrio por un momento, se ha transformado en un sabor más indefinido, como a barro. Mis manos están dormidas, mis piernas me pesan como todos los siglos que aún no he vivido y que tal vez no viviré. Es una sensación extraña, estar muerto así respirando, estar muerto y ver la muerte en los ojos de los/as otros/as.

Sigo caminando con mis piernas centenarias y en medio  de ese cajón vacío que se me ha vuelto la vida intento encontrar respuestas. Lo único que me mueven son mis piernas, como grandes troncos enraizados a la nada. Camino y camino y alguien, con sus ojos dados la vuelta, como los míos,  me guía por una carretera, donde ya danzan los/as habitantes de la tierra de la nada. Me dejo llevar y camino sin más, sin tregua, huyendo de lo conocido hacia lo que no conozco. Me dejo llevar y camino y camino, con mis ojos hacia dentro, que no me reconocen,  mis brazos dormidos y pegados al cuerpo. Mi estómago dejó de hablar hace ya días y todo mi cuerpo ha cargado a mis piernas la responsabilidad de la supervivencia.

En este mundo nuevo se acabaron las respuestas a todas estas preguntas que se me atoran en la garganta. Las respuestas quedaron atrapadas entre el polvo blanco.

Sólo hay un largo camino sin pensamiento, sin sentimiento,  que me ayuda a amanecer sin alma, a subsistir sin cuerpo, puro viento, puro humo.

Me aferro al miedo y al deseo de sobrevivir como a una  roca gélida y de espuma. Ahora todo es miedo disfrazado de ausencia, todo es miedo escondido en el sueño. Camino para no dormir entre los árboles, para no sentir el frío y el silencio de esta mente desahuciada y este corazón muerto.

Los rostros desfilan delante de mi todos iguales, algunos parados a los lados del camino me miran con tristeza, con otros ojos, pero no tan distintos de los míos. Me miran y no sé qué decirles, sólo que estoy cansado, que me pesa el mundo y me duele la tierra. Su miedo es otro, no es de polvo blanco y abandono; su miedo es mirarme, reflejarse en mis ojos dados la vuelta y verme por dentro descosido/a. La oscuridad que traigo en el alma les pesa y yo no sé qué hacer con ella. Sólo sé caminar, para huir, para alejarme de lo que ya conozco. Caminar mirando la raya continua e infinita del horizonte, que nunca se acaba, a la que nunca llego. La gente del camino sigue ahí con su miedo intacto ¿Qué hacer con los ojos?- se preguntan-. Mis ojos tan diferentes a los suyos, atenazados por el frío de una historia dormida en el camino. Les asustan las raíces duras y ensangrentadas, arrancadas de su tierra, con las que ahora camino en este largo viaje. Aún llevo tierra pegada entre los dedos, tierra que se deshace poco a poco mientras camino y se mezcla con las huellas de otros pies que no son los míos, huellas del mundo, de la nada, de lo invisible.

En cada paso me deshago y voy desapareciendo de a poquito. Quiero dormir en este trecho del camino, donde las palabras bailan con el silencio y donde me fundo en esencia sin presencia, en presencia sin esencia.

Las noches se suceden con los días y los días con los meses y yo camino junto a otros cuerpos desahuciados, otros pies sostenidos, pies descalzos, cansados, heridos y despojados de tierra. Me fundo en esa comparsa de pies mudos y me pienso viento.

De repente el horizonte se cubre de cemento y frente a la amalgama de pies cansados queda suspendido el silencio. La naturaleza se resiente ante ese gran muro, alojado en su barriga de hierba. Una frontera- le dice el viento- pero el alma del mundo no entiende. Nos detenemos tantos pies cansados. Se acaba el camino y la huida que dio paso a esta libertad de laboratorio se detiene. Ahora estamos atrapados/as en una cárcel de miedo, el del camino, contenida por un muro, que separa unos ojos de otros -el miedo blanco de la huida, del miedo a los ojos muertos-.

Y yo sigo pensando en caminar sin más…..donde ya no hay camino.