Cuando me siento a escribir dejo que mis manos vomiten sobre el teclado todo lo que se me pasa por la cabeza. Escribo enajenada, sin sentido, lo que quiero y como quiero, sin ninguna exposición previa, sólo mi conciencia y yo, como fieles seguidoras de lo que llevo dentro. Sólo al rato de escribir me doy cuenta que quizás esto lo comparta y lo publique y me lean – o no-, pero mis letras embriagadas aún, pueden estar dando vueltas por el ciber–mundo, expuestas, asustadas, separadas de mi.
Enfrentarme al miedo a exponerme es un trabajo que llevo marcándome últimamente como reto personal. El reflejo de mis letras en los ojos de los/as demás me debe ayudar a avanzar. ¿Cuál es realmente ese miedo? Miedo a no gustar, a la crítica, a la burla, al fracaso, a no conseguir objetivos, al éxito, a mostrarme demasiado, a dar a las otras personas la oportunidad de jugar y “ganar partidas”.
La exposición a los/as demás supone el riesgo de desnudarte, de abandonarte, de rendirte y en esa rendición está el avance y el crecimiento. Da igual en el lugar que te expongas, el miedo es el mismo, porque nadie se expone lo suficiente para rendirse junto a ti, para crecer junto a ti. Porque en los espacios donde todos/as tratamos de entrar desnudos/as, aún seguimos llevando la coraza oxidada del miedo y el desnudo siempre es aparente, con censura. La única garantía a la hora de rendirte es tu grado de compromiso contigo mismo/a y con tu cambio, pase lo que pase, sea como sea.