Cuando me siento a escribir dejo que mis manos vomiten sobre el teclado todo lo que se me pasa por la cabeza. Escribo enajenada, sin sentido, lo que quiero y
Entro, salgo, toda una proeza sin que nadie me vea. Me muevo sigilosa, pero al final me arrastra una turba de gente, con sus cabezas pensantes, sus opiniones y,
“Sería posible que este mundo nos diera alegría si no estuviéramos refugiados en él” (Frank Kafka) Mi casa yace deshecha entre los escombros. Entre el polvo blanco de su sangre
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